“Una palabra irresponsable: puede encender discordias y fuegos difíciles de apagar.
Una palabra cruel: puede arruinar y derribar todo lo que se había edificado en una vida.
Una palabra de resentimiento: puede matar a una persona, como si le claváramos un cuchillo en el corazón.
Una palabra brutal: puede herir y hasta destruir la autoestima y la dignidad de una persona.
Una palabra amable: puede suavizar las cosas y modificar la actitud de otros.
Una palabra alegre: puede cambiar totalmente la fragancia y los colores de nuestro día.
Una palabra oportuna: puede aliviar la carga y traer luz a nuestra vida
Una palabra de amor: puede sanar el corazón herido.
Porque las palabras tienen vida.
Son capaces de bendecir o maldecir, de edificar o derribar, de animar o abatir, de transmitir vida o muerte, de perdonar o condenar, de empujar al éxito o al fracaso, de aceptar o rechazar.
¿Cómo hablamos a los demás?
¿Qué les transmiten nuestras palabras?
¿Qué me digo a mí mismo?
Vía: Anónimo.