El dolor nos transforma, nos derrite, nos hace humildes como el agua de las lágrimas, nos iguala y nos une a todos y a todo. El dolor derriba nuestras estructuras y certezas y nos deja en Nada, que es la condición básica de la espiritualidad, lo que nos permite entrar en la conciencia de la simplicidad más sublime donde todas las almas se hacen Una.
El dolor es un gran purificador, arrasa con nuestro orgullo, quema todo lo viejo, las protecciones que ya no nos sirven, nos derriba y, por tanto, nos permite pasar a nuevas etapas. Destruye nuestras seguridades y nos deja desnudos, y ya no hay creencias que sirvan, ni respuestas clichés ni frases hechas; donde sólo el aliento de nuestra alma nos podrá rescatar con el mensaje de que, en una mirada que trasciende la pequeñez de lo inmediato, todo está bien.
Sin embargo, la aflicción también nos puede conducir a la amargura, al resentimiento, al desencanto. Por ello, sufrir es un arte en que la conciencia de que todo proceso nos trae aprendizaje y luz tiene que estar presente como una viga maestra de la aceptación del dolor. Saber que la vida no busca castigarnos, sino despertarnos, y estar dispuestos a hacer este proceso para no quedarnos pegados en el dolor.
Eso requiere despertar un centro de quietud en nuestra mente, que es capaz de vivir el dolor en conciencia, buscando su aprendizaje sin ser desarrollado por él. Cuando nos hacemos uno con el dolor y nosotros mismos nos transformamos en dolor, éste nos avasalla, nos posee y se convierte en nuestro dueño. No se trata de ser invadidos por él, a tal punto que nos perdamos a nosotros mismos y perdamos el sentido básico de orientación y las obligaciones que necesariamente tenemos que cumplir.
La pena necesita espacios tranquilos para ser vivida. Si no nos los damos, la tensión de la resistencia se volverá en contra de nosotros. Por ello, debemos permitirnos conectarnos con el sufrimiento en total conciencia, y darnos el espacio para sumergirnos en él, recibiendo su mensaje, teniendo también firmeza para salir cuando sea necesario.
Vivirlo en conciencia, intentando ver qué es lo que duele, qué aspecto de nosotros se siente herido, nos permite conocer nuestras aristas y traumas enquistados. Aquello que nos aflige siempre tiene que ver con nuestras carencias, miedos, orgullos, inseguridades y, por tanto, el dolor nos permite ver con claridad los aspectos no resueltos de nosotros mismos.
El dolor aceptado en conciencia nos aportará siempre amor, creatividad y sabiduría.
Vía: Eckhart Tolle
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